jueves, 16 de abril de 2020

Historia y patrimonio en migajas (III)


El miedo a lo insólito. Las epidemias de peste en la Archidona del siglo XVI y sus analogías con la pandemia de Covid-19.

                                                                          
Juan Luis Espejo Lara


Las insólitas circunstancias por las que estamos  pasando estos días, y que de forma abrupta han interrumpido nuestro “invulnerable” mundo de ayer, sumiéndonos en el pavor y la turbación, fueron una amenaza usual para las sociedades históricas que, con demasiada frecuencia a lo largo de los siglos, tuvieron que soportar numerosas calamidades de todo tipo.

Factores meteorológicos desfavorables (lluvias torrenciales o sequías), plagas, malas cosechas y enfermedades, constituyeron durante el Antiguo Régimen un proceso cíclico, repetido cada cierto tiempo, que acababa desencadenando atroces crisis de subsistencias y demográficas. La presencia de hambruna y de peste, casi siempre unidas, dejaba en las poblaciones que las sufrieron un reguero de destrucción, al tiempo que generaba incontroladas reacciones de miedo generalizado.
Se trataba de un miedo, al mismo tiempo, real o temporal, frente a la amenaza cierta del hambre, de la enfermedad y de la aniquilación; y figurado o espiritual, ante el sentimiento de culpa por el pecado cometido y al consiguiente castigo divino: porque es tienpo de poca salud que por nuestros pecados Dios a enviado.

¿De qué pecados se trataba?, ¿relajación de la fe?, ¿desviaciones morales? Así se dirigía el corregidor de Málaga, en febrero de 1521, a las autoridades eclesiásticas:

sabiendo en quanta neçesydad estaba esta çibdad e toda su tierra de agua y el tiempo quan açepto (sic), para evitar e quitar de sy todos las ropa de los males en especial los eclesiasticos que son e han de ser luz e candela de los legos, por tanto que les suplicava mandasen en su cabildo que todos los benefiçiados de la dicha Iglesia quitasen de sus casas toda sospecha de mujeres e de juegos por lo ya dicho.
Por lo tanto, detrás de estos miedos, que atormentaban a la sociedad de la época, se escondía el temor a Dios; un Dios justiciero, pero también un Dios misericordioso con los cristianos que mostraran arrepentimiento por los pecados cometidos;  aunque el acto de contrición parecía no ser suficiente y se hacía necesaria la penitencia, en forma de dolor o enfermedad, como expresión de reconciliación. Así, la divinidad intervenía tanto en el origen de la desgracia, interpretada como castigo divino: para aplacar a Dios Nuestro Señor la ira que contra esta villa y sus vecinos tenia, habiendole castigado con la enfermedad de peste, como en su desenlace, con el cese del azote, entendido como signo de perdón: que por la misericordia de Dios Nuestros Señor esta villa y sus vecinos están sanos.

Ahora bien, cuando hacían acto de presencia dos de los  jinetes apocalípticos, Hambre y Peste, montados en sus corceles negro y bayo, la inminente situación de peligro perturbaba la, más o menos, apacible convivencia y se originaba una profunda crisis que desestabilizaba el normal acontecer de la comunidad, obligándola a adoptar las pertinentes medidas de prevención y protección. Tales disposiciones se mostraban insuficientes para afrontar esos críticos momentos, al contar con medios escasos y de dudosa eficacia, quedando, por tanto, casi como única esperanza, la intervención divina para calmar el pánico a lo desconocido.

La respuesta del pueblo, en su afán de superar el miedo y el desamparo, que el  desconocimiento y efectos de la enfermedad generaban, se dirigía, entonces, a la búsqueda del milagro, mediante rogativas o votos, de santos protectores y de la Virgen. El fin de la calamidad y “la liberación del mal” potenciaban, por tanto, la devoción mariana y hagiográfica al ser considerados eficaces mediadores ante la divinidad.

Como muestra de agradecimiento, los favorecidos construyeron ermitas, conmemoraron festividades en honor de los intercesores y organizaron procesiones y peregrinaciones a los centros de culto. Cada comunidad contaba con sus santos auxiliadores, a los que debía devoción a cambio de protección. Sin duda, estas fervorosas muestras de religiosidad popular eran reflejo de, lo que se ha denominado, una “espiritualidad funcional”, única forma de resolver la frustración e impotencia ante una situación  incontrolable.

Archidona, como cualquier otra población, pero especialmente por estar situada en una encrucijada de caminos entre las dos Andalucías y la costa y el interior, padeció durante siglos, y en repetidas ocasiones, los efectos catastróficos de una cadena de epidemias que, con gran virulencia, fustigaron a su vecindario. En este trabajo, sólo nos centraremos en los dos grandes accesos  del siglo XVI: las epidemias de 1522-1524 y 1581-1583.

En su análisis comprobaremos como se mencionan, con otros vocablos, términos y actos que hoy, desgraciadamente, nos son familiares: epidemia y pandemia, distanciamiento social, cuarentena, confinamiento, aislamiento, requisa, acaparamiento, especulación, “hibernación” económica, ayudas sociales, desescalada, inmunidad de grupo, pasaporte serológico, endeudamiento, eurobonos…

El primer brote documentado fue la epidemia de 1522-1524, de etiología mal conocida (peste, modorra o moquillo), afectó a toda Andalucía y estuvo precedida por las malas cosechas de los años 1520 y 1521, ocasionadas por una pertinaz sequía: fueron años muy secos de aguas.

La villa trató de aguantar la escasez de trigo prohibiendo la “saca” del poco grano que había en los graneros locales e intentó su importación desde Sicilia, con la mediación del mercader malagueño Luis Cortés, aunque el grano quedó requisado, pese a haberse realizado el desembolso, en el puerto de Málaga para alimentar a su también famélica población. La carestía provocó que los precios del trigo se duplicasen, en apenas unos meses, de 2´5 a 5´5 reales la fanega; precios abusivos para la mayoría de los vecinos, por lo que para paliar las penurias, el Concejo repartió las cortas provisiones de grano que había en el Pósito y que estaban reservadas para la próxima sementera.

El día 14 de octubre de 1521 se realiza una procesión en la villa de arriba para implorar a la Virgen la llegada de las deseadas lluvias otoñales. Como éstas se resistían y el pan cada vez escaseaba más, las autoridades, visto el tiempo esterile e como los pobres no tienen de que comer, permitieron que pudieran cogerse de las dehesas concejiles bellotas para el sustento humano.

En enero de 1522, ante la elevada cotización del poco trigo existente, ocasionada por el despreciable afán de acaparamiento y especulación, el Concejo decide limitar los precios: viendo como en la villa los presçios del pan se suben muy caros de cuya cabsa los pobres e personas que no lo tienen, que son en mas cantidad que los que lo tienen, resçiben mucha fatiga y no se pueden sostener. Aún así, el precio de la fanega de trigo se fija en un ducado (11 reales). Al mismo tiempo, se insiste en la prohibición de sacar víveres fuera de la villa: por quanto se espera abra nesçesidad de proveimientos.
La desesperada situación provocó un aumento de la tensión social, generalizándose los reiterados robos de grano y de ganado; por ello, las autoridades municipales autorizan el uso de armas a los propietarios, a fin de que puedan defender sus haciendas y, a la par, se conmina a forasteros y vagabundos a abandonar la villa.

La fatídica palabra “pestilencia” comienza a oírse entre el vecindario, y el Concejo, actuando con urgencia, decide contratar por un año a un médico cirujano, asignándole un corto salario, dada la falta de medios del erario público. Sin embargo, un mes después, las deficitarias arcas municipales hacen un libramiento de 10.000 maravedíes, (5 veces el salario del galeno), para acabar de haçer la casa del señor san Sebastián; posiblemente, inconclusa desde la anterior epidemia de 1507-1508, durante la cual, quizá, el pueblo solicitó la protección del santo, abogado contra la peste desde el siglo VII. Sin duda, la inminente amenaza del mal, hizo apremiante cumplir la promesa hecha, y no cumplida, al santo protector.

A finales del año 1522, las ciudades cercanas, Málaga, Ronda, Teba y Antequera, están sufriendo las acometidas de la enfermedad; Archidona no se libra de ella, pero a partir de esa fecha nada dicen los documentos sobre lo ocurrido dentro de la cerca de la villa, la gravedad del mal parece haber silenciado su vida. Habrá que esperar al mes de octubre de 1524 para volver a la normalidad, con el anuncio de la vecina Málaga de que la çibdad esta ynformada que toda la comarca desta çibdad esta sana e buena del mal de pestilencia e Cordova e Sevilla e Granada.

Sesenta años después, de nuevo el sufrimiento merodea la comarca archidonesa. Lejos quedaba su anterior presencia y apenas perduraban vagos recuerdos de sus espantosos efectos.

Cuando está terminando el invierno de 1580, circulan rumores en el pueblo sobre la existencia de la enfermedad en las comarcas cercanas: Sevilla, Granada, Málaga y Vélez; la noticia hace que las autoridades archidonesas tomen las debidas precauciones, prohibiendo la acogida de forasteros; pero, por el momento, el pueblo se libra de la visita de la enfermedad.

Sin embargo, apenas han transcurrido unos meses, al comenzar la primavera de 1581, llega la noticia de que la vecina Antequera esta contagiada de peste. La alarma pone inmediatamente en alerta al Concejo archidonés que prepara presto una serie de medidas para proteger a la villa del contagio.

En primer lugar las autoridades deciden aislar a la población del exterior, cercando con tapias todo el perímetro urbano y cerrando los postigos y corrales traseros de las casas y limitando los accesos de entrada y salida al pueblo a través de tres puertas: la del Almez, la del camino de Granada y la de la calleja de las Monjas, vigiladas por guardas, nombrados al efecto. Dichos guardianes debían tener especial cuidado con la entrada de personas y mercancías, principalmente ropa, provenientes de lugares infectados, cuya relación estaba anotada en una tablilla fijada en dichas puertas. Además, los porteros exigían a los transeúntes un informe, firmado por un escribano, en el que constara que procedían de un lugar libre de la enfermedad.  

Además de incomunicar a la villa, las autoridades dan instrucciones, podríamos llamar “higiénico-sanitarias”, para evitar la transmisión de la enfermedad entre el vecindario. Estas elementales disposiciones consistieron en: aislar los hogares para preservarlos del contagio: que por la buena guarda que ningun vecino reciba en sus casas forastero ninguno ni ropas; prohibir la presencia de grupos numerosos de personas en lugares de encuentro, como mesones y tabernas; obligar, allí donde se utilizasen monedas traídas por foráneos, a usar vinagre como desinfectante: que tengan vasos de vinagre en que reciban el dinero de los pasajeros; ordenar la limpieza de las calles de inmundicias y lodos, evitando, especialmente, que los puercos anduvieran por ellas: atento a que el tiempo anda enfermo y causan cieno y mal olor”; y, por último, mandar: quemar la ropa de las personas que mueren del mal de peste, excelente cobijo para la pulga como vector de la enfermedad.

La ausencia de un médico, para las curas de los enfermos, agravaba más aún la desesperada situación; y ello, de nuevo, por la falta de liquidez de la hacienda municipal para asumir su contratación: tiene pocos propios y el cabildo es pobre, quedando en manos de la solidaridad de la vecindad el abono de su salario: que se trate de que los vecinos hagan algunas mandas al medico para poderlo traer. Sólo quedaban los tres hospitales de la localidad: Madre de Dios, Pasión y Sangre y Caridad, para asistir, más espiritual que clínicamente, a los afectados.

A la enfermedad se unía la falta de mantenimientos. El aislamiento conllevaba la paralización de las actividades económicas, especialmente la interrupción de los intercambios con los lugares comarcanos infectados, ocasionando la escasez de víveres y la aparición de otra terrible amenaza, que podía agravar, aún más, los estragos de la enfermedad, el hambre.

A primeros del año 1583, la peste aparece de nuevo en la villa y su comarca o, acaso no se había ido. La virulencia y persistencia de la enfermedad causa pavor entre el vecindario que, desalentado, recurrió a la mediación de un nuevo santo protector receptivo a sus súplicas, san Roque, invocando su auxilio y favor para dar salud a esta villa y vecinos de ella. Llegado el verano, la enfermedad cede en su brutal acometida: misteriosa aparición, enigmática evanescencia. Seguramente, durante su discurrir, un tercio de la población habrá desaparecido y dos tercios habrán conseguido sobrevivir. El pueblo y las autoridades civiles y eclesiásticas, en agradecimiento al santo por su intercesión, decidieron instituir una cofradía y hermandad bajo su advocación y guardar como festivo su día, el día 16 de agosto.

En una sociedad oprimida por el miedo, por la ignorancia y por el desconocimiento, la fe y la superstición se convertían en asideros para la salvación y cristos, vírgenes y santos taumatúrgicos, en remedio de los males mundanos.

La peste no diferenciaba estamentos ni grupos de edad, todos estaban en peligro ante la propagación de la bacteria (Yersinia pestis), aunque los más pudientes tenían, al menos, la posibilidad de abandonar la villa y aislarse en sus cortijos; también gozaban de permiso para ausentarse los eclesiásticos, amparados por el denominado “Estatuto de la peste”. Sanitarios y religiosos ponían en peligro sus vidas tratando y asistiendo a los enfermos, pereciendo muchos de ellos en el ejercicio de sus obligaciones. Los cargos públicos tampoco lo tenían fácil, pues debían velar por el cumplimiento de las normas dictadas, vigilar la propagación de la enfermedad, visitando a los lugares limítrofes, y repartir las escasas provisiones; en definitiva, arriesgando su vida, por lo que no es raro que muchos quisiesen abandonar sus cargos y huir, cosa que algunos hicieron.

Acabado el brote epidémico, sus consecuencias aún se prolongaban en el tiempo, dejando a la villa fuertemente endeudada por los gastos que había conllevado la lucha contra la enfermedad: el aprovisionamiento, la construcción de cerca, el personal médico, los guardas, las ayudas a los pobres y a los enfermos. El Concejo habrá de pedir ayuda económica y tardará en reponerse del duro trance.

Junto a las consecuencias económicas, hay que hacer hincapié en las cuantiosas pérdidas humanas que cada brote ocasionaba, así como y en sus efectos sobre la natalidad y la mortalidad y, por tanto, en el crecimiento natural negativo, desencadenándose graves crisis demográficas.

Así pues, el impacto de las calamidades no sólo era evidente en el momento en el que se producían, sino que sus efectos y sus consecuencias se mantenían durante generaciones.

Después de ver pasar de largo, por fortuna, la atroz pandemia que cabalgó por las tierras europeas entre dos siglos, la llamada “Peste Atlántica” (1599-1603), el Concejo archidonés parecía haber aprendido de las nefastas experiencias pasadas y reconocía, en 1604, que: no es justo que en lo que a la salud haya descuido.


REFERENCIAS BIBLIOGRÁFICAS Y DOCUMENTALES:

Archivo Histórico Municipal de Archidona, Libros de Actas Capitulares, nº 2.

Archivo Histórico Municipal de Archidona, Libros de Actas Capitulares, nº 5.

Conejo Ramilo, R. (1973): Historia de Archidona, Ed. Anel, Granada.

León Vegas, M. (2003): “Incidencia de una crisis epidémica en Antequera: la peste de 1581-1583, a través de las actas del Concejo”, Baética: Estudios de arte, geografía e historia, nº 25, 547-574.

León Vegas, M. (2007): “¿Fe o superstición? Devociones populares ante lo `sobrenatural´ en la Antequera Moderna”, Baética: Estudios de arte, geografía e historia, nº 29, 321-345.

Rabazo Vinagre, A. R. (2009): El miedo y su expresión en las fuentes medievales. Mentalidades y sociedad en el Reino de Castilla. Tesis doctoral. UNED. Universidad Nacional de Educación a Distancia (España). Recuperada de:


Rodríguez Alemán, I (2002): Sanidad y contagios epidémicos en Málaga (siglo XVII), Servicio de Publicaciones, Centro de Ediciones de la Diputación de Málaga.

martes, 14 de abril de 2020

Covid-19

El Equipo de Redacción de la @RayyaRevista desea #salud para todos y se une al dolor de los que sufren.
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