martes, 29 de diciembre de 2020

Historia y patrimonio en migajas (IV)

 

Sobre la torre de las Mínimas

Manuel Garrido Pérez

Introducción

En la tarde del pasado día 12 de diciembre de este nefasto año 2020, aproximadamente a las 16:30 P.M, se desprendió parte de la cornisa superior del cuarto cuerpo de la torre del convento de las Monjas Mínimas de Archidona, concretamente  uno de los chaflanes del lado Oeste, que da a la facha principal y muy cerca de la puerta de la iglesia del cenobio.


Detalle de la torre y del trozo de cornisa desprendido. Fotos: Astudillo.

Con este desagradable incidente, que afortunadamente no produjo daños personales, una vez más, el Patrimonio de Archidona vuelve a sufrir  un duro revés y considerable deterioro.

Esto trae a la memoria otros desgraciados y funestos “Episodios Culturales” (ya que estamos terminando el año Galdós). El jueves 10 de noviembre de 1988, se derrumbó gran parte del antiguo Convento de Santo Domingo; tan sólo quedaron en pie algunos de sus muros exteriores y la nave adyacente. Aquel acontecimiento marcó un antes y un después en la historia reciente de nuestro municipio.

Volviendo al tema que ahora nos compete, la torre estaba, y está, cubierta con una red desde hace unos meses, incluso había quedado muda porque el sonido de sus campanas afectaba a la conservación y deterioraba su frágil estructura de ladrillo y argamasa. Pero la torre de las Mínimas no es la única que ha estado y está callada, salvo contadas y honrosas excepciones, la mayoría del pueblo archidonés ha perdido el habla. Ahora, muy probablemente, saldrán en las redes sociales manifestaciones poniendo el grito en el cielo; pero, este pueblo debe hacer  algo más para evitar que sucesos como este vuelvan a repetirse.

Hay que tener en cuenta que la situación actual de este 2020, a nivel mundial, ha condicionado sobremanera nuestra vida, se ha de socorrer primero a las personas, tanto en el ámbito sanitario como en el personal; es por ello que el poco dinero que se destina a aspectos culturales ha de tener la mayor y mejor repercusión posible, invertirlo en CULTURA y PATRIMONIO, aspectos que se encuentran en cada uno de los monumentos de Archidona y por extensión en el que claramente nos ocupa.

Hay que dejar de lado la titularidad del bien, del edificio histórico, pues sí es cierto que ésta es privada, pero en este caso es más que evidente que los propietarios no pueden hacerse cargo de sustentar y mantener todo el inmueble, más cuanto la pequeña comunidad de religiosas, como si fuera otra familia cualquiera, apenas puede vivir de la venta de la elaboración de sus dulces.

A buen seguro, desde lo acontecido el pasado sábado día 12 de diciembre, el pueblo archidonés se movilizará ahora, y todos juntos: personas, instituciones públicas y privadas, etc…,  en la medida de sus posibilidades, aportarán un granito para salvaguardar la hermosa torre, pues aunque está herida aún debe seguir enseñoreándose en el entramado urbano de la ciudad.

Cuando este texto sea leído, habrá quienes lo apoyen y quienes estén en desacuerdo con el autor e, incluso, con la conveniencia de dedicarle atención al monumento. Lo primero ya está asumido; lo segundo, aunque las piedras y ladrillos no se coman, de manera indirecta también repercuten en la economía local, pues aunque parezca estúpido, antes de la Pandemia y esperemos que después de ella también, había foráneos que visitaban Archidona por el mero hecho del disfrute y enriquecimiento personal, llamémoslo turismo, lo que generaba, directa e indirectamente, riqueza económica a los vecinos del lugar.

Pero ¿qué viene buscando el visitante en nuestro pueblo? La respuesta es simple, sencilla y evidente: Historia, Cultura y Patrimonio. Aspectos que se encuentran en cada uno de los monumentos de Archidona y por extensión en el que claramente nos ocupa.

El Convento de las Monjas Mínimas: su iglesia, su fachada y su torre

La presencia de la Orden los Mínimos en Archidona, tiene su origen en el año 1551 y en el establecimiento de su rama femenina. Es el segundo monasterio que se fundó en la primitiva villa, antes incluso que el de su rama masculina, que llegaría cinco años más tarde, en 1556.

Siempre se ha comentado que se asentaron sobre un primitivo palacio que los señores de la villa tenían y sobre una ermita denominada de Jesús y María, cuyo nombre aún aparece en la denominación del convento. El cenobio debió ir creciendo hacia la parte superior de la calle Nueva, pues el primitivo palacio debió quedar pequeño y la comunidad no tenía iglesia. En este monasterio profesaron religiosas de diversos lugares, pero entre ellas también se encontraron muchas mujeres pertenecientes a las familias de la oligarquía local.

En el siglo XVII se inician las obras de la iglesia actual, sin que sepamos quien fue su primer maestro de obras. En 1626 se concedió el patronazgo de su capilla mayor a D. Francisco Artacho. Otras familias archidonesas aprovecharon y adquirieron capillas en este lugar.

No será hasta el siglo XVIII cuando se finalice la iglesia. A finales del Siglo de las Luces se construirá la fachada y la torre, siendo su artífice el alarife archidonés Francisco de Astorga Frías.


Visión antigua de la torre y fachada del convento de las Mínimas. 
Foto: Biblioteca Cánovas del Castillo; Legado Temboury. Archivo fotográfico.

En el pequeño archivo que aún custodia la comunidad de religiosas, se conserva una breve anotación del año 1797, en el que se deja constancia de que se hizo y concluyó la fachada  y portada de la iglesia, así como otra obra interior de la que nada se especifica. Esta construcción supuso un desembolso de 81.959 reales.

La torre se empezó siete años antes que la fachada, en 1790. Para construirla se hubo de comprar una casa aledaña y abrir una nueva calle. Un año antes, en 1789, la correctora del convento, la reverenda madre sor Ana María de la Cruz y Texero, pidió al Concejo de la villa de Archidona le concediera a la comunidad la calle que lindaba al convento, para construir en ella la torre, puesto que el primitivo campanario amenazaba ruina.

El 27 de mayo de 1789, la comunidad de religiosas y el vecino de Archidona Juan Lucas de la Fuente Calvillo, protocolarizaban, ante el escribano Juan Bruno de Godoy, la venta de la casa de este señor. El valor del inmueble ascendía a 7.235 reales, según la estimación que habían realizado los alarifes Francisco de Astorga Frías y Antonio González Sevillano, de los cuales al momento de realizar la escritura Juan Lucas ya había recibido 4.400 reales, recibiendo en aquel mismísimo momento los restantes 2.835 reales. Todo ello porque, según se dice en la escritura:

 

[…] Digo que nesesitando este convento de la calleja que linda con él por la parte de arriba para ocupar su terreno con una torre nueva y otras oficinas, me ha sido forsoso benderles una casa que tengo mía propia para hundirla y hechar por ella la citada calleja para el uso y paso del común de vezinos […]

 

Como en la citada casa había una fuente con agua proveniente de la fuente de la plaza pública de los Mesones, una cañería de agua y el drenaje de la calleja, ya llamada de las Monjas, las religiosas tendrían que hacer además una obra para canalizar el agua potable a su convento y la no potable a la madre vieja que pasaba por la calle delantera.

Al verano siguiente:

 

En el día 3 de julio  de 1790 y noventa [Sic] se empezó la obra de la torre de este conbento de Jesús María del Socorro desta villa de Archidona siendo vicario de esta comunidad el R. P. jubilado fray Juan de Ocaña y correctora una indina hija de mi P. Sr. Sn. Francisco de Paula y el maestro que ha echo la obra el Sr. Francisco de Astorga […]1

 

La indigna hija de san Francisco de Paula debía ser la reverenda madre sor Andrea Núñez de Castro, que ya finales de 1790 aparece sustituyendo a sor Ana María de la Cruz y Texero. De esta última sabemos que hasta mayo ocupó el cargo de correctora, y en la partida de gastos de la construcción de la torre se hace notar que la reverenda madre sor Ana María de la Cruz había dejado 12.295 reales en materiales para la edificación, así que la verdadera promotora fue sor Ana María de la Cruz y Texero.


Imagen del recto de la pequeña anotación que contiene los gastos de la construcción de la torre. Foto: Comunidad de Religiosas Mínimas de Archidona.

El montante total de la construcción de la torre ascendió a 90.129´2 reales, cantidad importante para la época. Las partidas de gastos, que suponen ese total, están perfectamente descritas en la pequeña anotación que conserva la comunidad:

 

- 2.043´17 reales de cortar los sillares para el primer cuerpo.

- 875 reales de acarreo de los sillares.

- 2.329 reales por bruñir los sillares.

- 2.952 reales de azulejos.

- 6.175 reales de ladrillos

-1.144 reales de cal para la argamasa.

-6.198 reales por las campanas.

- 1.502 reales de madera.

- 2.332 reales en piedra, sin que se especifique de qué tipo ni para qué se usó.

- 1.028 reales costó la veleta.

- 5.273 reales en hierro, herrajes y clavos.

- 300 reales por colocar las rejas.

- 522 reales en sogas, maromas y espuertas.

- 1.286´3 reales de arena y terciarla.

- 2.693 reales en yeso.

- 2.395 reales  en carpintería.

- 27.489 reales en pagar al maestro Francisco de Astorga Frías, sus oficiales y peones.

- 200 reales de pagar al pintor.

- 339 reales por agasajar a el maestro, Francisco de Astorga, y por otro día de obra.

 

A estas partidas hay que sumar otras más y el dinero que supuso la compra de la casa, su derrumbe y desescombro, etc.

Francisco de Astorga Frías y las posibles influencias para la construcción de la torre, así como su estructura

No me cansaré de repetir que el genio de la arquitectura local, en la segunda  del siglo XVIII en Archidona, fue el maestro Francisco de Astorga Frías, cuya figura ha permanecido a la sombra de su compañero de profesión, Antonio González Sevillano, por culpa del origen francés del padre de éste último.

Astorga era un hombre culto, como ya demostré en su día al indicar que poseyó una pequeña biblioteca en su casa, compuesta por un mínimo de 50 libros, entre los que tenía ejemplares relacionados con la arquitectura. Cabe mencionar la descripción de dos de ellos que dio a su hijo Julián cuando este se casó, y que dice así: “Dos libros en folio de Architectura”.

Desde el siglo XVI se editaron muchos libros relacionados con la arquitectura, pero es probable que la obra que Astorga tenía en su haber fuera la realizada por fray Lorenzo de san Nicolás, Arte y uso de Arquitectura, que se volvió imprimir en aquellos años finales del siglo XVIII. Además en esta obra, como en muchas otras, hay ejemplos relacionados sobre hacer ciertas figuras geométricas, y relacionándolo con el tema que estamos tratando, también había ejemplos de cómo se podían hacer ciertos chapiteles para coronar torres, de los cuales pudo extraer Astorga su inspiración.

La torre de las Mínimas será la última que se levante en Archidona. De las tres existentes, dos se deben a Astorga. La primera que realizó fue la del Colegio de las Escuelas Pías, que debió de servir de modelo y precedente para la que ahora nos ocupa, mucho más esbelta, delicada y perfeccionada.


Imagen parcial de parte de las tres torres que sobresalen por el caserío de Archidona. 
Foto: Manuel Garrido Pérez.

En su día la Dra. Aguilar García relacionó la técnica constructiva así como la forma cuadrada y derivada en octogonal, al achaflanar sus lados, con las torres aragonesas, quizás no haya que ir al otro extremo de la península para buscar su influencia o procedencia, pues en Andalucía ya existían. Sí es muy clara, como afirmaba la Dra. Aguilar, la faceta mudejarizante del Barroco en sus técnicas constructivas. Astorga pudo tomar como ejemplo las torres de la cercana ciudad de Antequera, más concretamente la de la iglesia de san Sebastián, cuyo chapitel pudo inspirar al de las Mínimas de Archidona; la del antiguo convento de san Agustín e incluso la del convento de la Madre de Dios, todas ellas en ladrillo. Así mismo en Andalucía, hay otras torres que nos recuerdan a la de nuestro pueblo, aunque si bien no son exactamente iguales,  por ejemplo la de la iglesia de la Victoria de Écija.

La torre de las Mínimas encaja perfectamente con la definición que en su día hizo el maestro de maestros, el Dr. D. Antonio Bonet Correa:

 

[…] en el siglo XVIII abundan en cambio las torres exentas que a la manera de los alminares, con sus remates de chapiteles, agujas bulbosas o cupulines, dominan el caserío circundante, llegando a alcanzar algunas la altura de 50 o más metros. Casi todas construidas en ladrillo, están adornadas de cerámicas vidriadas […]

 

La torre se compone de un total de seis cuerpos, siendo el sexto y último su chapitel. Salvo este último que si tiene una clara forma octogonal, el resto parecen cuadrados, pero no lo son, también son octogonales pero su forma ochavada surge al achaflanar sus esquinas. Sin lugar a dudas el número ocho juega un papel importante en el ideario de Francisco de Astorga, aunque aún no se ha desvelado cual es ¿Podría estar relacionado con su religiosidad?

El primero de estos cuerpos está realizado en sillares de piedra blanca, y aunque se le quiera, en este caso, dar una simbología, su cometido es aquí estructural, arquitectónico, pues es la parte más fuerte y que sostiene el peso de la torre. Además, es lógico pensar que, aparte de lo anterior, con esta piedra se pretendería quitar humedad y erosión a un material tan delicado como el ladrillo, que conforma la caña y resto de estructura de la torre. La parte interior de este primer cuerpo, que ahora forma parte de la exposición permanente dedicada a sor María del Socorro Astorga Liceras, hija del alarife, tiene una peculiar característica, su sonoridad,  pues en ella reverbera el eco.

El segundo cuerpo es el primero que se realizó en ladrillo, continuando con este material hasta la coronación del chapitel de azulejos vidriados, que parecen escamas. Sus lados tienen ventanas en arco de medio punto, menos los lados embutidos en la estructura arquitectónica, y enmarcadas por una moldura de ladrillo en forma de estrella irregular de seis puntas, junto a decoración de azulejería vidriada de color verde. Cada lienzo de pared además está enmarcado por pilastras de ladrillo, que simular sostener la cornisa del piso superior. Esta estructura se repite en el tercer cuerpo.

El cuarto cuerpo, más alto que los dos anteriores, alberga las campanas. Sus cuatros lados están centrados por amplios arcos de medio punto, cuya clave está resaltada en ladrillo. Los cuatro lienzos de fachada vuelven a estar enmarcados y decorados con pilastras de ladrillo, mucho más sobresalientes que las de los cuerpos inferiores. Sobre estas pilastras hay dos filas de círculos de ladrillo vidriado de color verde, que recorren toda la estructura; sobre ellos la cornisa de separación que es más amplia y ancha que las inferiores, además, como ya se explicó al inicio, el lado Oeste de esta cornisa es el que se desprendió en pasado día 12.

El quinto cuerpo es el de menor volumen, también está decorado con ventanas y pilastras de ladrillo, así como con azulejos del mismo color.

Finalmente el chapitel, también de forma octogonal, cubierto por las ya mencionadas tejas escamadas en color verde y blanco. Los ocho lados del chapitel sobresalen, quizás marcados por la estructura interna del mismo, que en origen debió de ser de madera recubierta por las tejas de colores. Una estructura similar pose el techo exterior de la cúpula de la iglesia, visible desde la calleja aledaña, en el cual se aprecian las vigas de madera y como la estructura parece estar también “delicada”.

 Toda la estructura de la torre acaba finalmente coronada por una hermosa veleta de hierro, con la forma de un caballero.

Otras intervenciones de restauración y conservación de la torre

En el último cuarto del siglo XX, la torre necesitó de una importante intervención para su conservación. En 1973, se realizaron unas obras de restauración del último cuerpo del monumento, más concretamente de su chapitel. Esa intervención fue dirigida y costeada de su propio peculio por el arquitecto D. Miguel Fisac, natural de Daimiel  pero residente en Madrid, el cual conocía a la comunidad de religiosas.


Foto histórica de 1973, que muestra el precario andamiaje y a los dos archidoneses que realizaron la obra, trabajando en precarias condiciones de seguridad. Foto: Comunidad de Religiosas Mínimas de Archidona.

La intervención fue llevada a cabo por dos archidoneses, los maestros D. Luis Frías Gómez y D. José Medina Torres; el primero de ellos tío de la actual alcaldesa del municipio.  Fue tal la expectativa y admiración que despertó esta intervención que mereció un breve espacio en el programa radiofónico que emitía Radio Antequera, cuyo corresponsal era el archidonés Juan Apóstol Ortiz Argamasilla, y que posteriormente pasó a ser conocido como “Archidona cada siete días”, así en el emitido el día 11 de octubre de 1973 se recogía lo siguiente:

 

[…] Hemos hablado con el maestro de obras de esta localidad D. Luis Frías Gómez, que tiene a su cargo la reparación de la citada torre, como así mismo todas las obras más importantes que se han llevado a cabo en el mencionado convento, nos dice que en la misma se están haciendo completamente nuevos los ocho caballetes y la reparación total de las tejas de escama. Son estos unos trabajos que se están realizando con gran cuidado, puesto que las citadas tejas van clavadas para asegurar su conservación, además del peligro que supone trabajar a una altura de más de treinta metros2.

 

Como se puede apreciar, después de 183 años, la torre ya empezaba a envejecer y necesitó de una intervención. Parece que desde entonces, es decir desde 1973, hasta hoy día no ha tenido un mantenimiento y consolidación, por lo que después de 47 años ha ocurrido este accidente.

Algunos elementos que intervienen en el deterioro de la torre

Aunque estas cuestiones atañen más a los técnicos y especialistas en conservación del patrimonio, no viene mal apuntar algunos factores que han podido, y pueden, incidir en el deterioro del monumento.

Es más que evidente que la climatología juega un papel importante en la conservación de la torre. Su considerable es un obstáculo para el viento, que a lo largo de los años va erosionando el ladrillo. Así mismo la lluvia, humedad, el frio y el calor con sus contrastes han debido jugar un papel importante.

La acción de esto elementos es inevitable, pero sí podrían prevenirse aquellos provocados por la acción humana.  Es el caso de los cables eléctricos o telefónicos que están adheridos al muro de ladrillo de la torre, ocasionando no sólo desperfectos por sus agujeros sino también generando una fea visión del monumento. No tan lejano es el anclaje a la pared de cartelería de grandes dimensiones sujeta a la estructura de la torre, a buen seguro y como ocurrió en otros edificios históricos del pueblo, hubo que realizar pequeños orificios que al final siempre acaban realizando fisuras por la que acaba entrando el agua y que a buen seguro también provocaran otros desperfectos.

En honor a la verdad, estos hechos no actuaban sobre la parte desprendida o derruida, pero son pequeñas heridas al fin y al cabo.

El sonido de las campanas, como ya se indicó anteriormente, también afectaba a la estructura y por eso dejaron de sonar. El mismo efecto o similar, aunque quizás menor tanto en intensidad como en el tiempo, pudo ocasionar las obras de canalización llevadas a cabo en los últimos años y que necesitaron hacer una perforación en toda calle Nueva para canalizar las aguas fecales.

A todo lo anterior hay que añadir la falta de un mantenimiento integral en toda la torre y la fachada. Se puede apreciar como muchos de sus verdes azulejos decorativos están rotos, desprendidos o casi. Lo más evidente son las hierbas que años de abundante lluvia han poblado las partes superiores de la torre, entre ellas la cornisa desprendida, y que permanecían secas sin retirar durante el verano, volviendo a renacer al año siguiente. Un claro ejemplo de ello también lo encontramos en la fachada, donde en los últimos años, entre primavera y verano, se ha podido ver como surgía y renacía una pequeña higuera.

A todos estos factores, y los que encontrarán los especialistas en el futuro, hay que sumar los 230 años que lleva la torre enseñoreándose como hito arquitectónico del municipio.

Para evitar más deterioros en el futuro, una vez que, esperemos, la torre sea restaurada, habría que programar intervenciones preventivas periódicamente.

Sería conveniente que los elementos desprendidos, los ladrillos originales de finales del siglo XVIII, se hubieran conservado para poder ser reutilizados en la futura e hipotética restauración, con la finalidad de causar el menor impacto visual en el monumento, para que no haya distinción entre lo viejo y lo nuevo una vez que toda la torre haya sido restaurada.

Sugiriendo y recapitulando

Llegados a este punto, para cerrar este breve resumen sobre la torre de las Mínimas, sería interesante proponer, y quizás recordar, ciertas cosas que se pierden de vista.

Es curioso que un municipio como este tenga en una misma familia tres exponentes del arte, la cultura y la religiosidad, y no se les haya prestado la consideración debida, me estoy refiriendo a las figuras de: el propio Francisco de Astorga Frías (1738-1815) y sus hijos Sor María del Socorro Astorga Liceras (1769-1814), monja mínima de Archidona fallecida en olor de santidad, y su otro hijo Juan de Astorga Cubero (1779-1845), afamado imaginero y escultor que fue profesor de la Real Escuela de Nobles Artes de Sevilla, ciudad donde desarrolló su labor y vivió hasta su muerte, y en donde se le tiene una gran consideración. Llegados a este punto, sería muy interesante que la ciudad de Archidona reconociera la valía de estas tres personas, como ha hecho con otros ilustres archidoneses, que quizás por su proyección a nivel nacional sí ha sido reconocida. Bastaría con un sencillo homenaje colocando una cartela o azulejo cerámico en el lugar que ocupó la vivienda de Francisco de Astorga, en la Plaza de la Iglesia, espacio en el que nació Juan y lugar donde vivió Sor María del Socorro hasta su entrada en religión. En dicha cartela se pondría un texto adecuado y además se podrían representar las firmas de Francisco y Juan, colocando a su vez una imagen de Sor María del Socorro, de la que sí se conoce su aspecto. Del mismo modo, y puesto que antes de la puesta en valor de estos personajes sólo se reconocía la figura del otro maestro de la Plaza Ochavada, sería conveniente colocar, en calle D. Carlos, un elemento similar en el lugar que ocupó la vivienda de Antonio González Sevillano.

Finalmente, esperemos que los archidoneses tomen en consideración la conservación de su propio patrimonio local, sea del tipo que sea (incluido el documental), prestando y buscando los “caudales” necesarios para su conservación y poder legarlo a las generaciones futuras, a la vez que mientras tanto lo utilizada como orgullo propio y lo rentabilizada turísticamente.

En este sentido llama poderosamente la actitud de dos pequeños archidoneses, dos niños de corta edad, que tras la grave herida sufrida por este emblemático monumento, ya saben de su importancia; y así de su propia voluntad, sentimiento y corazón, han dado a la comunidad de religiosas Mínimas el contenido acumulado en sus huchas, con la finalidad de contribuir a algo que consideran como suyo pese a su exigua edad. Esperemos que los mayores, de alguna manera, ya sean instituciones o particulares, sepan hallar el acuerdo y armonía que les han mostrado estos pequeños.

Así todos juntos podremos seguir disfrutando de este importante elemento arquitectónico del paisaje urbano, podremos seguir sintiéndonos orgullosos del Patrimonio aún conservado, y quizás podremos aún más enorgullecernos si conseguimos transmitirlo a las generaciones venideras. Para finalizar baste recordar una frase del eminente arquitecto e historiador del arte español Fernando Chueca Goitia:

 

[…]Nada colma el orgullo popular de los españoles como las altas torres de su ciudad o de su aldea. Los encumbrados campanarios fueron el lujo máximo de nuestra arquitectura y hoy son los vigías más nobles y característicos de nuestra historia […]

 

¡Salud a los 230 años de la torre de la Mínimas! Ojalá puedas seguir entre nosotros hasta el fin de los días.  

Fuentes documentales y bibliografía

Aunque la mayor parte de este texto es inédito, algunos datos de los aquí empleados ya han sido utilizados en otras publicaciones, tanto por mí como por otros autores, completándose con otros nuevos, véase:

 - Entre las fuentes documentales también se encuentran las facilitadas por la Comunidad de Religiosas Mínimas de Archidona.

- A.H.M.A., sección de protocolos notariales, escribanía de Juan Bruno de Godoy, años 1786, 1789 y 1795.

-  Aguilar García, María Dolores.: Guía Artística de Archidona. Concejalía de Cultura del Ilustre Ayuntamiento de Archidona, 1992, pp. 128-129.

- Bonet Correa, Antonio.: Andalucía Barroca. Ediciones Poligráfa S. A., Barcelona, 1978, pp. 215-227.

- Chueca Goitia, Fernando.: Invariantes castizos de la arquitectura española. Dossat Bolsillo, Madrid, 1979, p. 74.

- Garrido Pérez, Manuel.: «Francisco de Astorga Frías (17381815): nuevas aportaciones entorno a su vida, familia y testamento», Rayya. Revista de investigación histórica de la comarca nororiental de Málaga, nº 3, 2007, pp. 25-51.

- Garrido Pérez, Manuel.: «Francisco de Astorga Frías (1738-1815): arquitecto del tercer y último periodo constructivo de las Escuelas Pías (1776-1794) y de la torre y fachada del convento de Monjas Mínimas de Archidona (1790-1797)», Rayya. Revista de investigación histórica de la comarca nororiental de Málaga, nº 5, 2009, pp. 59-89.

- Garrido Pérez, Manuel.: La Plaza Ochavada de Archidona: pasado y presente. ADR-NORORMA, 2014, pp. 69-86.

- Nuevo Ábalos, José Luis.: «El simbolismo religioso cristiano de la torre del convento de RR. Mínimas de Archidona», Rayya. Revista de investigación histórica de la comarca nororiental de Málaga, nº 14, 2018, pp. 197-209.

- Ortiz Argamasilla, Juan Apóstol.: Recordando Archidona desde los años 70 en adelante. Edición a cargo del autor, 2017, p. 40.



1 Véase las fuentes documentales y bibliografía al final del blog.

2 Ortiz Argamasilla, (2017).

martes, 22 de diciembre de 2020

Rayya y el año del Covid-19

 Ha pasado un año desde la última vez que nos reunimos para presentar el número 15 de nuestra revista. ¡Qué ajenos estábamos a lo que nos deparaba el futuro inmediato: incertidumbre, dolor, desesperanza…!

A primeros de marzo de 2020, la Redacción de Rayya había recibido de los investigadores los trabajos que iban a componer el nuevo número. Apenas iniciado el proceso de revisión “por pares” de cada uno de los artículos y la evaluación y corrección de los mismos, súbitamente el mundo se detuvo, también para Rayya.

Pasado el desconcierto inicial, el Equipo de Redacción decidió continuar el  compromiso de sacar adelante la publicación, pese a las dificultades que las insólitas circunstancias nos deparaban. Esta debía de ser nuestra sencilla contribución para hacer más llevadera la intrincada travesía; por supuesto, sin arrogarnos mérito alguno. Puntualmente, desde nuestro blog, https://revistarayya.blogspot.com/, hemos ido comunicando a nuestros lectores y colaboradores el desarrollo de las tareas de edición. 

Afortunadamente, la revista Rayya llega de nuevo a sus lectores, y se ha presentado, por imperativo de “los nuevos tiempos”, de manera inusual, de forma telemática, aunque la separación física que ésta conlleva para nada mermó la trascendencia y el interés del acto, como evidencia la participación de miembros del Consejo de Redacción y Edición, de los autores de los artículos y de los lectores. Muy de agradecer ha sido, la asistencia al acto de la Sra. Alcaldesa y de la Sra. Concejala de Cultura, considerando los difíciles e ingratos asuntos que ocupan su tiempo y atención.

El número 16 de Rayya ha querido que el monumento insignia de nuestro pueblo, la Plaza Ochavada, ilustrase su cubierta, utilizando, para ello, el dibujo del que nació el conocido aguafuerte de Armando Salas. Además, se incorpora una nueva sección denominada “Documentos para la historia de Archidona”, que pretender dar a conocer  textos significativos sobre la historia local.

Por otro lado, la presencia de Rayya en la red ha sido una de las tareas que ha conseguido culminar el Equipo de Edición (Sole Nuevo y Marta Moliz), estando ya presente en las redes sociales de Facebook (fb.me/RayyaRevista) y  Twitter (twitter.com/RayyaRevista) y también en un enlace a la página web del Ayuntamiento de Archidona; la otra, la difusión de los contenidos de la revista en Dialnet, la mayor hemeroteca de artículos científicos hispano en Internet. Hasta ahora, sólo se podían consultar los sumarios; en breve, se podrá acceder al texto completo de los artículos, una vez hayan sido alojados en el repositorio de la base de datos.

Invitamos a la lectura del nuevo número y a la colaboración en el que va a iniciar su andadura. Por nuestra parte, continuaremos por la sinuosa y accidentada Segunda Época de Rayya.


En los siguientes enlaces se puede acceder al contenido de la presentación virtual del número 16 de la Revista Rayya:

https://www.youtube.com/watch?v=aU9Xk_QUL9Q

https://www.youtube.com/watch?v=fdEH13vHwDw&t=3463s

martes, 15 de diciembre de 2020

Presentación Revista Rayya nº16

La Biblioteca Pública Municipal de Archidona "Dr. Ricardo Conejo Ramilo" le invita a la presentación virtual del número 16 dRayya. Revista de investigación sobre la historia y el patrimonio de Archidona y la comarca Nororiental de Málaga, 2ª época, el próximo domingo 20 de diciembre a las 12:00 horas. 

Requisitos: internet y ordenador de sobremesa o portátil que cuente con webcam y micrófono (si tu dispositivo es móvil o tablet ya estarán incorporados, pero tendrás que tener instalada la app de ZOOM Cloud Meetings).

A continuación detallamos los datos de acceso a la presentación virtual:

Enlace a la reunión de Zoom

ID Reunión: 880 0776 0806
Código o contraseña: 849493

Nos vemos el domingo virtualmente.

Gracias por vuestra participación.

El equipo directivo.

lunes, 7 de diciembre de 2020

Circular

Ya se encuentra el nuevo número de Rayya. Revista de investigación sobre la historia y el patrimonio de Archidona y la comarca Nororiental de Málaga, 2ª época, en la Biblioteca Pública Municipal "Dr. Ricardo Conejo Ramilo".

Ahora sólo queda presentarla. Cómo y cuándo lo comunicaremos en breve.

El equipo directivo.

lunes, 9 de noviembre de 2020

Circular

Se comunica a todos los seguidores de Rayya. Revista de investigación sobre la historia y el patrimonio de Archidona y la comarca Nororiental de Málaga, 2ª época, que dicha publicación se encuentra ya en imprenta después de que se hayan terminado los arduos trabajos de recepción, evaluación y corrección de artículos por parte del consejo de redacción y tareas de maquetación por parte de la empresa Mopi.


En breve informaremos de cómo y cuándo presentaremos este número 16, debido a la crisis mundial sanitaria que estamos viviendo, los cambios son numerosos y hay que saber adaptarse a las nuevas medidas sanitarias.


Saludos y cuidaros.

Sole Nuevo.

Secretaria de Rayya.

miércoles, 26 de agosto de 2020

Rayya 16: Avance

Pese a lo incierto de los tiempos y a la confusión imperante, la Revista Rayya sigue en el empeño de salir a la calle, en cuanto las circunstancias lo permitan. Su presentación, como ya saben, estaba prevista para el domingo 24 de mayo pasado, dentro de los actos de la Feria del Libro, pero la imposibilidad de celebrar en esos momentos cualquier actividad hizo inevitable su aplazamiento sine die.

No obstante, el número 16 de Rayya se encuentra en proceso de maquetación y, una vez finalizado, se imprimirá y quedará a la espera de su aparición pública. Pero, hasta que ésta sea posible, el equipo de edición ha creído conveniente dar a conocer a sus lectores un anticipo de sus contenidos y novedades.

La Plaza Ochavada es protagonista del mismo, tanto de la cubierta como de la reseña bibliográfica. Así, el dibujo del que nació el conocido aguafuerte de Armando Salas ilustra la portada, quien, además, presenta un pormenorizado e interesante análisis del proceso de creación del grabado. Por otro lado, en la reseña bibliográfica, el excelente libro de Manuel Garrido sobre la Plaza Ochavada es objeto de una rigurosa y lúcida disquisición de la mano del profesor Villanueva.

Completan el volumen seis interesantes artículos de temática variada: un estudio genealógico sobre la familia Núñez de Castro; el proceso migratorio desde Archidona a Málaga durante los siglos XVI al XVIII; la documentación referida a la actividad minera en Archidona que se conserva en el Archivo Histórico Provincial; la epidemia de peste de 1649; la vinculación entre Archidona y Belmonte (Cuenca) y, por último, la restauración del retablo mayor de la Iglesia de la Victoria.

Se incorpora en este número una nueva sección denominada “Documentos para la historia de Archidona”, estrenada con el estudio y transcripción de una real cédula de Felipe II, conservada en el Archivo Municipal.

Es nuestro deseo poder reencontrarnos de nuevo, a ser posible en vivo, y celebrar la arribada de la decimosexta entrega de Rayya.


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martes, 9 de junio de 2020

Archivo

El 9 de junio es el #DíaInternacionalDeLosArchivos y desde #RayyaRevista, no queremos dejar de felicitar tal efeméride y para ser cada día más visible os vamos a dejar con una foto de la portada del edificio donde se conserva toda la documentación del Archivo Municipal de Archidona .

#ArchivoArchidona


domingo, 24 de mayo de 2020

25 Feria del Libro

Domingo 24 de mayo de 2020. Tal día como hoy, hubiéramos presentado el número 16 de Rayya. Sirvan estas palabras para recordar lo que pudo haber sido y será, pues cuando las autoridades sanitarias y locales nos lo permitan celebremos la 25 Feria del Libro, ahora más que nunca para revindicar el libro como objeto de primera necesidad, y presentaremos el número 16 de Rayya.

Desde la dirección, secretaría, maquetación  e investigación estamos trabajando desde que el Covid 19 nos confinó en nuestras casas.


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jueves, 16 de abril de 2020

Historia y patrimonio en migajas (III)


El miedo a lo insólito. Las epidemias de peste en la Archidona del siglo XVI y sus analogías con la pandemia de Covid-19.

                                                                          
Juan Luis Espejo Lara


Las insólitas circunstancias por las que estamos  pasando estos días, y que de forma abrupta han interrumpido nuestro “invulnerable” mundo de ayer, sumiéndonos en el pavor y la turbación, fueron una amenaza usual para las sociedades históricas que, con demasiada frecuencia a lo largo de los siglos, tuvieron que soportar numerosas calamidades de todo tipo.

Factores meteorológicos desfavorables (lluvias torrenciales o sequías), plagas, malas cosechas y enfermedades, constituyeron durante el Antiguo Régimen un proceso cíclico, repetido cada cierto tiempo, que acababa desencadenando atroces crisis de subsistencias y demográficas. La presencia de hambruna y de peste, casi siempre unidas, dejaba en las poblaciones que las sufrieron un reguero de destrucción, al tiempo que generaba incontroladas reacciones de miedo generalizado.
Se trataba de un miedo, al mismo tiempo, real o temporal, frente a la amenaza cierta del hambre, de la enfermedad y de la aniquilación; y figurado o espiritual, ante el sentimiento de culpa por el pecado cometido y al consiguiente castigo divino: porque es tienpo de poca salud que por nuestros pecados Dios a enviado.

¿De qué pecados se trataba?, ¿relajación de la fe?, ¿desviaciones morales? Así se dirigía el corregidor de Málaga, en febrero de 1521, a las autoridades eclesiásticas:

sabiendo en quanta neçesydad estaba esta çibdad e toda su tierra de agua y el tiempo quan açepto (sic), para evitar e quitar de sy todos las ropa de los males en especial los eclesiasticos que son e han de ser luz e candela de los legos, por tanto que les suplicava mandasen en su cabildo que todos los benefiçiados de la dicha Iglesia quitasen de sus casas toda sospecha de mujeres e de juegos por lo ya dicho.
Por lo tanto, detrás de estos miedos, que atormentaban a la sociedad de la época, se escondía el temor a Dios; un Dios justiciero, pero también un Dios misericordioso con los cristianos que mostraran arrepentimiento por los pecados cometidos;  aunque el acto de contrición parecía no ser suficiente y se hacía necesaria la penitencia, en forma de dolor o enfermedad, como expresión de reconciliación. Así, la divinidad intervenía tanto en el origen de la desgracia, interpretada como castigo divino: para aplacar a Dios Nuestro Señor la ira que contra esta villa y sus vecinos tenia, habiendole castigado con la enfermedad de peste, como en su desenlace, con el cese del azote, entendido como signo de perdón: que por la misericordia de Dios Nuestros Señor esta villa y sus vecinos están sanos.

Ahora bien, cuando hacían acto de presencia dos de los  jinetes apocalípticos, Hambre y Peste, montados en sus corceles negro y bayo, la inminente situación de peligro perturbaba la, más o menos, apacible convivencia y se originaba una profunda crisis que desestabilizaba el normal acontecer de la comunidad, obligándola a adoptar las pertinentes medidas de prevención y protección. Tales disposiciones se mostraban insuficientes para afrontar esos críticos momentos, al contar con medios escasos y de dudosa eficacia, quedando, por tanto, casi como única esperanza, la intervención divina para calmar el pánico a lo desconocido.

La respuesta del pueblo, en su afán de superar el miedo y el desamparo, que el  desconocimiento y efectos de la enfermedad generaban, se dirigía, entonces, a la búsqueda del milagro, mediante rogativas o votos, de santos protectores y de la Virgen. El fin de la calamidad y “la liberación del mal” potenciaban, por tanto, la devoción mariana y hagiográfica al ser considerados eficaces mediadores ante la divinidad.

Como muestra de agradecimiento, los favorecidos construyeron ermitas, conmemoraron festividades en honor de los intercesores y organizaron procesiones y peregrinaciones a los centros de culto. Cada comunidad contaba con sus santos auxiliadores, a los que debía devoción a cambio de protección. Sin duda, estas fervorosas muestras de religiosidad popular eran reflejo de, lo que se ha denominado, una “espiritualidad funcional”, única forma de resolver la frustración e impotencia ante una situación  incontrolable.

Archidona, como cualquier otra población, pero especialmente por estar situada en una encrucijada de caminos entre las dos Andalucías y la costa y el interior, padeció durante siglos, y en repetidas ocasiones, los efectos catastróficos de una cadena de epidemias que, con gran virulencia, fustigaron a su vecindario. En este trabajo, sólo nos centraremos en los dos grandes accesos  del siglo XVI: las epidemias de 1522-1524 y 1581-1583.

En su análisis comprobaremos como se mencionan, con otros vocablos, términos y actos que hoy, desgraciadamente, nos son familiares: epidemia y pandemia, distanciamiento social, cuarentena, confinamiento, aislamiento, requisa, acaparamiento, especulación, “hibernación” económica, ayudas sociales, desescalada, inmunidad de grupo, pasaporte serológico, endeudamiento, eurobonos…

El primer brote documentado fue la epidemia de 1522-1524, de etiología mal conocida (peste, modorra o moquillo), afectó a toda Andalucía y estuvo precedida por las malas cosechas de los años 1520 y 1521, ocasionadas por una pertinaz sequía: fueron años muy secos de aguas.

La villa trató de aguantar la escasez de trigo prohibiendo la “saca” del poco grano que había en los graneros locales e intentó su importación desde Sicilia, con la mediación del mercader malagueño Luis Cortés, aunque el grano quedó requisado, pese a haberse realizado el desembolso, en el puerto de Málaga para alimentar a su también famélica población. La carestía provocó que los precios del trigo se duplicasen, en apenas unos meses, de 2´5 a 5´5 reales la fanega; precios abusivos para la mayoría de los vecinos, por lo que para paliar las penurias, el Concejo repartió las cortas provisiones de grano que había en el Pósito y que estaban reservadas para la próxima sementera.

El día 14 de octubre de 1521 se realiza una procesión en la villa de arriba para implorar a la Virgen la llegada de las deseadas lluvias otoñales. Como éstas se resistían y el pan cada vez escaseaba más, las autoridades, visto el tiempo esterile e como los pobres no tienen de que comer, permitieron que pudieran cogerse de las dehesas concejiles bellotas para el sustento humano.

En enero de 1522, ante la elevada cotización del poco trigo existente, ocasionada por el despreciable afán de acaparamiento y especulación, el Concejo decide limitar los precios: viendo como en la villa los presçios del pan se suben muy caros de cuya cabsa los pobres e personas que no lo tienen, que son en mas cantidad que los que lo tienen, resçiben mucha fatiga y no se pueden sostener. Aún así, el precio de la fanega de trigo se fija en un ducado (11 reales). Al mismo tiempo, se insiste en la prohibición de sacar víveres fuera de la villa: por quanto se espera abra nesçesidad de proveimientos.
La desesperada situación provocó un aumento de la tensión social, generalizándose los reiterados robos de grano y de ganado; por ello, las autoridades municipales autorizan el uso de armas a los propietarios, a fin de que puedan defender sus haciendas y, a la par, se conmina a forasteros y vagabundos a abandonar la villa.

La fatídica palabra “pestilencia” comienza a oírse entre el vecindario, y el Concejo, actuando con urgencia, decide contratar por un año a un médico cirujano, asignándole un corto salario, dada la falta de medios del erario público. Sin embargo, un mes después, las deficitarias arcas municipales hacen un libramiento de 10.000 maravedíes, (5 veces el salario del galeno), para acabar de haçer la casa del señor san Sebastián; posiblemente, inconclusa desde la anterior epidemia de 1507-1508, durante la cual, quizá, el pueblo solicitó la protección del santo, abogado contra la peste desde el siglo VII. Sin duda, la inminente amenaza del mal, hizo apremiante cumplir la promesa hecha, y no cumplida, al santo protector.

A finales del año 1522, las ciudades cercanas, Málaga, Ronda, Teba y Antequera, están sufriendo las acometidas de la enfermedad; Archidona no se libra de ella, pero a partir de esa fecha nada dicen los documentos sobre lo ocurrido dentro de la cerca de la villa, la gravedad del mal parece haber silenciado su vida. Habrá que esperar al mes de octubre de 1524 para volver a la normalidad, con el anuncio de la vecina Málaga de que la çibdad esta ynformada que toda la comarca desta çibdad esta sana e buena del mal de pestilencia e Cordova e Sevilla e Granada.

Sesenta años después, de nuevo el sufrimiento merodea la comarca archidonesa. Lejos quedaba su anterior presencia y apenas perduraban vagos recuerdos de sus espantosos efectos.

Cuando está terminando el invierno de 1580, circulan rumores en el pueblo sobre la existencia de la enfermedad en las comarcas cercanas: Sevilla, Granada, Málaga y Vélez; la noticia hace que las autoridades archidonesas tomen las debidas precauciones, prohibiendo la acogida de forasteros; pero, por el momento, el pueblo se libra de la visita de la enfermedad.

Sin embargo, apenas han transcurrido unos meses, al comenzar la primavera de 1581, llega la noticia de que la vecina Antequera esta contagiada de peste. La alarma pone inmediatamente en alerta al Concejo archidonés que prepara presto una serie de medidas para proteger a la villa del contagio.

En primer lugar las autoridades deciden aislar a la población del exterior, cercando con tapias todo el perímetro urbano y cerrando los postigos y corrales traseros de las casas y limitando los accesos de entrada y salida al pueblo a través de tres puertas: la del Almez, la del camino de Granada y la de la calleja de las Monjas, vigiladas por guardas, nombrados al efecto. Dichos guardianes debían tener especial cuidado con la entrada de personas y mercancías, principalmente ropa, provenientes de lugares infectados, cuya relación estaba anotada en una tablilla fijada en dichas puertas. Además, los porteros exigían a los transeúntes un informe, firmado por un escribano, en el que constara que procedían de un lugar libre de la enfermedad.  

Además de incomunicar a la villa, las autoridades dan instrucciones, podríamos llamar “higiénico-sanitarias”, para evitar la transmisión de la enfermedad entre el vecindario. Estas elementales disposiciones consistieron en: aislar los hogares para preservarlos del contagio: que por la buena guarda que ningun vecino reciba en sus casas forastero ninguno ni ropas; prohibir la presencia de grupos numerosos de personas en lugares de encuentro, como mesones y tabernas; obligar, allí donde se utilizasen monedas traídas por foráneos, a usar vinagre como desinfectante: que tengan vasos de vinagre en que reciban el dinero de los pasajeros; ordenar la limpieza de las calles de inmundicias y lodos, evitando, especialmente, que los puercos anduvieran por ellas: atento a que el tiempo anda enfermo y causan cieno y mal olor”; y, por último, mandar: quemar la ropa de las personas que mueren del mal de peste, excelente cobijo para la pulga como vector de la enfermedad.

La ausencia de un médico, para las curas de los enfermos, agravaba más aún la desesperada situación; y ello, de nuevo, por la falta de liquidez de la hacienda municipal para asumir su contratación: tiene pocos propios y el cabildo es pobre, quedando en manos de la solidaridad de la vecindad el abono de su salario: que se trate de que los vecinos hagan algunas mandas al medico para poderlo traer. Sólo quedaban los tres hospitales de la localidad: Madre de Dios, Pasión y Sangre y Caridad, para asistir, más espiritual que clínicamente, a los afectados.

A la enfermedad se unía la falta de mantenimientos. El aislamiento conllevaba la paralización de las actividades económicas, especialmente la interrupción de los intercambios con los lugares comarcanos infectados, ocasionando la escasez de víveres y la aparición de otra terrible amenaza, que podía agravar, aún más, los estragos de la enfermedad, el hambre.

A primeros del año 1583, la peste aparece de nuevo en la villa y su comarca o, acaso no se había ido. La virulencia y persistencia de la enfermedad causa pavor entre el vecindario que, desalentado, recurrió a la mediación de un nuevo santo protector receptivo a sus súplicas, san Roque, invocando su auxilio y favor para dar salud a esta villa y vecinos de ella. Llegado el verano, la enfermedad cede en su brutal acometida: misteriosa aparición, enigmática evanescencia. Seguramente, durante su discurrir, un tercio de la población habrá desaparecido y dos tercios habrán conseguido sobrevivir. El pueblo y las autoridades civiles y eclesiásticas, en agradecimiento al santo por su intercesión, decidieron instituir una cofradía y hermandad bajo su advocación y guardar como festivo su día, el día 16 de agosto.

En una sociedad oprimida por el miedo, por la ignorancia y por el desconocimiento, la fe y la superstición se convertían en asideros para la salvación y cristos, vírgenes y santos taumatúrgicos, en remedio de los males mundanos.

La peste no diferenciaba estamentos ni grupos de edad, todos estaban en peligro ante la propagación de la bacteria (Yersinia pestis), aunque los más pudientes tenían, al menos, la posibilidad de abandonar la villa y aislarse en sus cortijos; también gozaban de permiso para ausentarse los eclesiásticos, amparados por el denominado “Estatuto de la peste”. Sanitarios y religiosos ponían en peligro sus vidas tratando y asistiendo a los enfermos, pereciendo muchos de ellos en el ejercicio de sus obligaciones. Los cargos públicos tampoco lo tenían fácil, pues debían velar por el cumplimiento de las normas dictadas, vigilar la propagación de la enfermedad, visitando a los lugares limítrofes, y repartir las escasas provisiones; en definitiva, arriesgando su vida, por lo que no es raro que muchos quisiesen abandonar sus cargos y huir, cosa que algunos hicieron.

Acabado el brote epidémico, sus consecuencias aún se prolongaban en el tiempo, dejando a la villa fuertemente endeudada por los gastos que había conllevado la lucha contra la enfermedad: el aprovisionamiento, la construcción de cerca, el personal médico, los guardas, las ayudas a los pobres y a los enfermos. El Concejo habrá de pedir ayuda económica y tardará en reponerse del duro trance.

Junto a las consecuencias económicas, hay que hacer hincapié en las cuantiosas pérdidas humanas que cada brote ocasionaba, así como y en sus efectos sobre la natalidad y la mortalidad y, por tanto, en el crecimiento natural negativo, desencadenándose graves crisis demográficas.

Así pues, el impacto de las calamidades no sólo era evidente en el momento en el que se producían, sino que sus efectos y sus consecuencias se mantenían durante generaciones.

Después de ver pasar de largo, por fortuna, la atroz pandemia que cabalgó por las tierras europeas entre dos siglos, la llamada “Peste Atlántica” (1599-1603), el Concejo archidonés parecía haber aprendido de las nefastas experiencias pasadas y reconocía, en 1604, que: no es justo que en lo que a la salud haya descuido.


REFERENCIAS BIBLIOGRÁFICAS Y DOCUMENTALES:

Archivo Histórico Municipal de Archidona, Libros de Actas Capitulares, nº 2.

Archivo Histórico Municipal de Archidona, Libros de Actas Capitulares, nº 5.

Conejo Ramilo, R. (1973): Historia de Archidona, Ed. Anel, Granada.

León Vegas, M. (2003): “Incidencia de una crisis epidémica en Antequera: la peste de 1581-1583, a través de las actas del Concejo”, Baética: Estudios de arte, geografía e historia, nº 25, 547-574.

León Vegas, M. (2007): “¿Fe o superstición? Devociones populares ante lo `sobrenatural´ en la Antequera Moderna”, Baética: Estudios de arte, geografía e historia, nº 29, 321-345.

Rabazo Vinagre, A. R. (2009): El miedo y su expresión en las fuentes medievales. Mentalidades y sociedad en el Reino de Castilla. Tesis doctoral. UNED. Universidad Nacional de Educación a Distancia (España). Recuperada de:


Rodríguez Alemán, I (2002): Sanidad y contagios epidémicos en Málaga (siglo XVII), Servicio de Publicaciones, Centro de Ediciones de la Diputación de Málaga.