PRESENTACIÓN DEL NUEVO POEMARIO DE JOSÉ LUIS NUEVO
El pasado
10 de mayo, y dentro de la programación de la 27.ª Feria del Libro de
Archidona, se presentó, en la Biblioteca Pública Municipal “Dr. Ricardo Conejo
Ramilo”, un nuevo libro de poemas de José Luis Nuevo Ábalos, asiduo colaborador
con Rayya, titulado “Las tijeras del
gran impostor”.
Asistieron
al acto, el concejal de Cultura, Pablo Garrido, vecinos, amigos y familiares de
José Luis; que pudieron disfrutar con la lectura, por parte del autor, de
algunos de sus poemas y deleitarse con la interpretación musical del
guitarrista Ignacio Ábalos.
Fue su
hermano Jesús el encargado de presentar al autor y a su obra y lo hizo de una
forma muy personal, alejada de todo academicismo, pero llena de sensibilidad,
ternura y admiración, bajo la atenta protección
de un entrañable hermano mayor.
Buenos
días. Me llamo Jesús Nuevo, y soy hermano de José Luis Nuevo Ábalos, que es hoy el protagonista de esta presentación
para con este bonito poemario, que
voy brevemente a presentaros. Mis palabras no están ligadas al estudio erudito
de los poemas, nada más lejano, pero sí a lo que me dicta el corazón, y con el
que quiero llegar a todos y todas de vosotras.
Hoy hermano, quiero acompañarte en esta presentación. Expresarte el amor
que te tengo y el orgullo de ver y sentir hasta donde has llegado, a base de tu trabajo, paciente
y delicado. Aunque la sangre se coloca como
un precepto en la relación, y desde pequeños se nos inocula este mandato, es el
respeto que nos hemos tenido en el grupo familiar al que pertenecemos, el que me hace sentir esa sensación de orgullo. Yo te llamo mi hermano emocional, pues
contigo comparto algo más que la biología, o unos padres y hermanos que nos
acompañaron y que nos acompañan en esta aventura del vivir día a día.
Ahora quisiera comentaros algunos datos de nuestra biografía común.
Comenzamos cuando yo tengo casi 5 años y viene al mundo aquel niño rubio, a una
familia que cuando repaso las fotos y llamo a la memoria, me dice que es
deseado y trae bajo su brazo alegría, pues aporta algo totalmente nuevo, que siento que nadie esperaba. En casa, todos
nosotros y nosotras sus hermanas y hermanos, hablamos de él, con la connotación
de que era diferente. Achacábamos esa diferencia a algo en lo que resultaba
singular y que le daba ese matiz. Nació en primavera, ya casi verano y eso es todo un festín para celebrar fuera de
ese frío y de esas toses, resfriados y oscuridades que da el invierno donde
fuimos a nacer todos los demás.
Hay en él, dos cosas de las que quiero contaros algo: Desde que pudo
controlar sus manos, éstas se convirtieron en algo más que su instrumento.
Mi
madre lo desalentaba comparándolo a un tío suyo, el cual hizo de sus manos un
modo para sobrevivir. Le decía: “Compongo, descompongo y arreglo máquinas”. En
los años 60, realizar algo con las manos sólo tenía un valor mecánico. Poner en
tus manos aquello que tienes en tu cabeza, no estaba muy bien visto. Pero José
Luis, quiso y con el tiempo va más lejos. Pinta, graba y realiza montajes, en
los que se cuela su imaginación. Colorea los lienzos, los objetos, dando un
toque singular a sus obras. De esa descomposición, sale un fruto nuevo.
Disfruto cuando despierto en las mañanas y veo en mi cuarto un cuadro que
contiene un peral multicolor, sin
simetrías, en el que las peras lo cargan casi hasta el infinito.
La segunda cosa que quiero contaros y que se ha convertido en otra de sus
habilidades, es para mí, el recuerdo del uso, construcción y todo cuanto se
pueda hacer con las palabras. Palabras que empezó a amar, cuando la naturaleza
le dotó de un frenillo, que le impedía pronunciar correctamente la “r”.
Fantaseo que, a partir de aquí, comenzó a buscar la etimología, la etiología,
la semántica del uso de esta lengua que nos comunica.
Y lo recuerdo escribiendo en nuestro cuarto de estudios, no inventando
palabras, sino encajándolas para que dijeran y hablaran de historias, de
justicia social, de amor. Era, es y así lo siento, como un obrero de la
palabra. A base de pico y pala, sobre las palabras, le dio y da sentido a su
vida.
Pasó del instituto, al magisterio, escribiendo en aquella revista de
hojas de colores que se llamó: “El Cao”. Como aquel lugar donde a base de
palabras las mujeres de este pueblo, lavaban la ropa con palabras de amor, de
historias familiares, de sueños. Aún queda un retazo de esta revista en forma
de mosaico en el callejón de la plaza, frente al mercado.
Inquieto,
pintando, escribiendo, fue más allá, hasta licenciarse en las mal llamadas lenguas muertas, de las que
llegó a doctorarse por la Universidad de Sevilla. Mi memoria me habla de su
entusiasmo, y su querer contagiarme por el sarampión de ese conocimiento. Me
prestaba libros de texto para que yo aprendiera latín, y entendiera mejor esas
palabras, leyendo en su lengua de
origen aquellos libros que son la raíz de tantos otros que hoy divierten, o enriquecen, y que nos rodean en esta
biblioteca.
Y
así, con ese trabajo de hormiguita ha ido construyendo una bibliografía que ha pasado de tener un
componente cognoscitivo amplio, a otro más emocional.
Me recuerdo con él paseando por la vega, y hablándome de sus visitas al
Archivo de Indias, para encontrar información para otros, que necesitaban esas
palabras para probar su partida a las Américas. Y de su búsqueda de Cabello de
Balboa (su descubridor preferido) y novelar su aventura. También de otros
archidoneses, desconocidos para una gran mayoría de nosotros, pero que ocuparon
un lugar que aún nadie reconoce, y que tuvieron su sitio en la historia de
otros pueblos, y que aún permanecen ocultos para la mayoría de nosotros.
Tampoco
puedo olvidar las historias sobre el arte de hacer papel y como distinguir su origen, haciendo
sobre él marcas,
que hablaban de dónde venía y quien lo procesaba. De
los monopolios y de las fábricas, molinos y batanes que nada tienen que ver con
nuestras actuales celulosas. De su manufactura que hoy sería todo un ejemplo,
reciclando trapos y papeles viejos. Trabajo por el que fue recompensado con un
premio a la investigación. Papel, al que también da un hueco en su poemario
cuando nos dice en uno de sus versos:
“Escrito está en la barba / del papel siempre
eterno, / sin pregunta
ni respuesta.”
Palabras también en los lenguajes de los objetos que nos han sido
frecuentes y que permanecen invisibles para nuestros ojos, como la pila
bautismal de la Virgen o cada uno de los cuerpos que conforman la torre de las
Mínimas.
Y así llego de la razón, al corazón, por sus poemarios que son libros de
historia cotidiana como el que dedicó a nuestra casa materna: “Bar Casa Víctor”.
Y este: “Las tijeras del gran
impostor”. Donde poemas serenos y de madurez, nos hablan de la intimidad de sus
sentimientos, de ese: “Conócete a ti mismo”. Dividido en tres cuadernos, que
son colores y elementos, y que comienza hablando de esa impostura con la que
juega el tiempo. Entonces nos dice:
“hoy he cogido al tiempo / con mis manos limpias.”
En
ese tiempo donde la soledad se hace presente, sin perturbarle, para poder
decir:
“y veáis en el silencio de la soledad / cómo caen
los copos de la vida / lentamente sobre los hogares,”.
Soledad a la que quiere trascender, manifestando:
“No tengo angustia
en el bolsillo, / pero me fumo las húmedas palabras / para encontrar el centro del ser.”
Y a la que se enfrenta, increpándole:
“Hoy, soledad, te
busqué / entre multitud de muertos, y no estabas, no estabas.”
Porque sólo el que vive en el tiempo presente
se vuelve verdaderamente lúcido, para crear, y para
decirnos:
“Sentado a la mesa redonda / me encuentro yo, solitario, / pensativo, la luz azul, fría,
/ sobre el papel yerto.”
Descubriendo el secreto
como una canción que canta:
“Descubrir la palabra
precisa, / que delimite las cosas el secreto, / ha sido el afán de elegidos y alucinados.”
Y permitirme que acabe no con la muerte plañidera y quejosa, sino con la
reivindicación del amor hacia aquella prima nuestra que se fue y de la que me
emociona el recordarla, con este verso:
“Tus amores insolentes y malvados / te embriagan de mentiras y besos, / y el fuego
de los cigarrillos negros / quemaba la fugaz pasión.”
Y para mi todo está bien y ahora os dejo con la música y la palabra.
Dicen que la música nos educa en la espera,
en el tiempo de la víspera, en el
resonar con el otro. Es por eso que no está tan alejada de esta obra que nos
adentra en una singular pedagogía del
tiempo: Las tijeras del gran impostor.
La música la pone nuestro primo Ignacio. Otro maestro y amante, en este caso de la guitarra. Alguien que también desde mucho tiempo atrás supo tolerar la soledad, y esperar a través de este arte, la Música, encontrar un destino que hizo suyo, y convertirse en lo que hoy es.
Gracias.