El blues del bibliobús
Juan
Antonio Tirado
En aquel tiempo remoto, yo vivía en el Cortijo Nuevo, a casi dos kilómetros de la Estación de Archidona. Hablo de la época del bachillerato en el Instituto Luis Barahona de Soto. Los veranos eran largos y las horas pasaban lentas, no al ritmo impetuoso con que discurren ahora. En mi biblioteca solo tenía unos pocos libros. Hasta que a los catorce años compré El Buscón de Francisco de Quevedo, lectura obligatoria de clase, no entró el primer volumen en casa, pero en seguida me enamoré de la letra impresa, me di cuenta de que mi vida tenía que estar tocada por la gracia libresca, aunque esa expresión es de ahora y no de aquel tiempo en que estaba poseído por la fascinación de la literatura, sin buscarle más pies retóricos al gato.
Fue por entonces cuando empezó a llegar a la Estación un autobús repleto de libros, una verdadera isla del tesoro, un sueño para mí y para mi primo Juan Ramón, cinco años más joven, y para otros paisanos. El artefacto se llamaba bibliobús, era una biblioteca con ruedas. No imaginaba yo que existían cacharros con esa mercancía, pues el único autobús que llegaba invariablemente de lunes a viernes era el coche correo, que conducía Ricardo, el cartero, que aparte de las comunicaciones postales transportaba a quienes habían ido esa mañana a Archidona.
El bibliobús llegaba por la tarde, me parece que, en martes alternos, y ese era un día señalado para mí, de manera que entregaba los libros ya leídos y sacaba otros dos, creo recordar que solo se podían coger dos, por lo que procuraba que fueran voluminosos. En alguno de los veranos me dediqué a leer en exclusiva teatro, con lo cual me hice una buena cultura dramática. Cada tomo traía cinco o seis obras de un autor, y yo leí por aquellos días a Buero Vallejo y a Sastre, a Lorca y a Valle, a Mihura y a Jardiel, a Arrabal y a Alfonso Paso… sobre todo autores españoles del siglo XX, aunque también los grandes clásicos como Shakespeare, Calderón y Lope. Lo que más me gustaba era entrar en el autobús y perderme por entre los estantes. El tiempo era limitado, con lo cual esa excursión tenía que hacerla sin demorarme demasiado. En todo caso, ese trastear entre las hileras de libros, en busca de sorpresas, era maravilloso. No he perdido la afición, aunque el tiempo va limando el entusiasmo, pero cada vez que entro en una librería lo hago con la expectativa de descubrir una joya entre todos los libros alineados en la mesa de novedades.
La edad del bibliobús, fue la de la adolescencia y la arborescencia de las ilusiones. El mundo estaba por estrenar, los sueños por cumplir. Yo había querido desde la infancia que llaman tierna ser periodista, y también escritor, sin saber cómo se cocinaba una noticia, sin tener ninguna historia que contar. Yo quería que mi voz resonara en el ancho mundo, bien con la cadencia de la letra impresa, bien a través de la radio y la televisión. Para entonces, apenas había leído las páginas del AS Color, donde seguía apasionadamente los triunfos y las derrotas de mi equipo, el Atlético de Madrid. Pero la infancia quedaba atrás y la altura de los 16 años era ya un lector fogoso, al que el bibliobús colmó de alegría. Fueron unos veranos febriles, que ahora evoco mientras recuerdo con emoción y gratitud a mi tocayo Peláez, volcánico, torrencial, rebosante de lecturas, fervoroso capitán de la amistad. Era algo mayor que yo, y me llevaba muchas leguas de ventaja en los menesteres literarios. Era el intelectual orgánico de la Estación. El cáncer, enemigo mortal, se lo llevó hace un par de años. Este paseo por el tiempo del bibliobús me lo trae a la memoria.
Juan Antonio Tirado (Archidona, Málaga, 1961) empezó a escribir en los periódicos antes de cumplir la mayoría de edad, y no ha parado, aunque ha desarrollado buena parte de su actividad profesional en la radio y la televisión.
Es licenciado en Ciencias de la Información por la Universidad Complutense y ha cursado estudios de Sociología.
En 1986 ingresó en Radio Cadena Española en Valladolid, de donde pasó a Radio Exterior de España y a los informativos de fin de semana de Radio Nacional.
Desde 1998 formó parte de la plantilla de Informe Semanal, el clásico de TVE que en marzo de 2023 cumplió medio siglo.
Allí ha realizado cientos de reportajes y ha obtenido diversos premios.
Es autor de los libros Lo tuyo no tiene nombre, Las noticias en el espejo, Siete caras de la Transición y El taxista que no leía a Luis Rosales.