El próximo 21 de agosto habría cumplido D. Ricardo 100
años; sin embargo, hace ya treinta que su silueteada figura no hace sombra sobre
las encaladas paredes de Archidona: “soy
sombra de una luz”.
Probablemente, el paso del tiempo
haya hecho que los archidoneses más jóvenes desconozcan a tan insigne paisano,
autor de la grandiosa Historia de
Archidona y cuyo nombre rotula nuestra excelente Biblioteca Municipal.
Aunque D. Ricardo era poco proclive
a los homenajes (en algún momento manifestó que “Todos los homenajes matan. El
póstumo ya ha matado”),
desde Rayya se decidió, como muestra
de gratitud y reconocimiento, dedicarle el número 17 de nuestra revista, en el
que su sobrino homónimo, Ricardo Conejo Muñoz, presentó la que se puede
considerar primera biografía de tan emblemático archidonés, cuya lectura
recomendamos. Además, aprovechando que la Biblioteca que lleva su nombre es
depositaria de sus obras y pertenencias personales, el Equipo de Redacción de la
Revista planteó a la Concejalía de Cultura la oportunidad de organizar una exposición,
coincidiendo con la fecha del centenario de su nacimiento, que mostrara
aspectos, muchos de ellos desconocidos, de su vida y de su obra.
Siempre remiso a exhibir su
intimidad, ¿qué pensaría sobre exponer ante sus paisanos aspectos variados de su
vida privada, que tan celosamente trató de preservar?
Como personaje relevante de la más
reciente historia de Archidona, D. Ricardo debe ser conocido por los más
jóvenes, recordado por los que compartieron tiempos con él y valorado por el
pueblo en el que pasó toda su vida; de ahí la conveniencia de rememorar con tal
evento su figura.
Personalidad sugerente y
enigmática, definido acertadamente por su sobrino como hombre ingenioso y
perspicaz, poseedor de una curiosidad ilimitada y dotado de fina ironía, D.
Ricardo representaba el paradigma de una figura tradicional en la cultura
española que, desgraciadamente, cada vez escasea más, el médico humanista,
interesado en cualquier sector del conocimiento humano y que aúna y armoniza la
práctica médica, la erudición y la cultura: lector y melómano incansable, investigador, periodista,
escritor, poeta, historiador, profesor, ilusionista... En palabras suyas: “Nuestra vida es conocer y conocer, pensar,
pensar y pensar”.
¿Cómo
podía vivir una personalidad tan singular en un espacio tan constreñido y en
una plomiza época?
D. Ricardo, lugareño y cosmopolita,
deambulaba por Archidona y viajaba por el mundo. Disfrutaba de su pueblo, participaba
de sus tradiciones, se divertía con sus amigos y, como fiel parroquiano,
acostumbraba a jalonar su diario recorrido por los mismos establecimientos: Los
Paquiros, Bar Casa Víctor, La Lobilla, La Peña, El Central, Ibrahim…, atalayas
de observación atenta y puestos de escucha de oíble conversación. Y de aquí: “Paseando en la vida su alegría”, a soñar: “soy
tan sólo en el mundo un soñador”, a viajar: España, diversos países de Europa,
Oriente Próximo, Estados Unidos, e incluso a la Unión Soviética ¡y en aquellos
tiempos! Y, pese a todo, siempre decía que la parte que más le gustaba de sus
viajes era volver a su amada Archidona. ¡D. Ricardo, siempre el inigualable D.
Ricardo!
Ricardo Conejo en New York (1975).
El estudio, análisis y selección de
las piezas que se exhiben en la Exposición han sido fruto de la colaboración
desinteresada de Sole Nuevo, Francisco Jiménez, Ricardo Conejo, Juan José
Ventura y del que esto escribe, Juan Luis Espejo.
¡Quedan invitados a la Exposición!
Hoy hace 100 años que nació en Archidona mi tio Ricardo. Debo agradecer a la revista Rayya, a la biblioteca que lleva su nombre y al ayuntamiento de Archidona el haberse acordado de el, como probablemente, allá donde esté, mi tio estará sin duda pensando en Archidona. En estos días con motivo de la exposición se ha hablado, hemos hablado, mucho de él. Quiero simplemente dedicarle algunos recuerdos personales.
ResponderEliminarLe recuerdo en su despacho, por las tardes, cuando ya no tenia consulta, leyendo o escuchando música en la radio que permanentemente sintonizaba Radio Clásica.
Le recuerdo con su humor característico, sacando punta a cualquier detalle, como el día en que llevaba me vio con una tirita en el dedo y me pregunto “¿A ti quien te ha recetado eso?”. Al principio no supe a que se refería, luego me señalo la tirita y dije que había sido yo mismo. Entonces me explico que mi heridita se curaría mejor al aire libre.
No creo que fuera yo su sobrino favorito, somos varios, todos le apreciamos y el nos quería igualmente. SIn embargo, al ser yo el mayor y el primero en terminar la carrera universitaria recuerdo que ese paso académico le lleno de satisfacción. Recuerdo que por ese motivo me regalo las obras completas de Kafka, cuatro volúmenes; pero además me regalo un cheque en blanco. Literalmente. Un cheque bancario, firmado por él, en el que me dijo: “Pon tu la cantidad”. Por supuesto nunca lo cobré, ya que esa muestra de confianza para mi valía mas que su cualquier cifra. Siempre fue muy generoso, y me consta que no solo conmigo.
Recuerdo mis conversaciones con el, que muchas veces incluían una pregunta.. “¿Qué estas leyendo ahora, tio Ricardo?”... “Faulkner, ¡maravilloso!”. El ultimo libro que leía siempre era el mejor, eso si, salvo el Quijote, su libro preferido y del que de vez en cuando extraía alguna enseñanza que contarme. A el le debo la lectura de muchos autores, entre ellos la poesía de Antonio Machado, el teatro de Enrique Jardiel Poncela, uno de sus preferidos, o las greguerias de Ramon Gomez de la Serna, que por cierto me recuerdan mucho su estilo de humor un tanto surrealista.
Recuerdo que le gustaba mucho viajar para conocer sitios diferentes. A finales de los 80, me propuso que le acompañara en un viaje a Japón, viaje que nunca hicimos, por motivos del declive de su salud. Tuvo una vejez un tanto prematura. No se exactamente que padecía, pero estoy seguro de que el si lo sabia. Alguna vez me confesó que al hacerse mayor le gustaría no saber tanto de medicina.
En fin, en éste tu centésimo cumpleaños, solo quiero decirte ¡Felicidades, tio Ricardo!