lunes, 14 de junio de 2021

La restauración de la Torre de las Mínimas: Eduardo Aguilar Muñoz (II)

Archidona es un sentimiento forjado por muchas sensaciones, una ilusión que el recuerdo de sucesivas generaciones ha convertido en memoria colectiva, una herencia que se hace presente y que no podemos repudiar. Archidona es paisaje, son sus plazas y calles, una cuesta que te lleva al cielo, historia que imprime carácter. Archidona se viste de aroma, de luz que enciende el horizonte, de sonido que atrapa el alma. Archidona es una estampa, dulce oración, Archidona son sus campanillas y campanas. Y archidonesa es también la más señera de sus torres, de rojos ladrillos y azulejos verdes en zig zag engalanada, de vigoroso fuste y cornisa preeminente, de chapitel que en pirámide sube desde una base ochavada. Una torre con esplendor al fin recuperada, de cemento esta vez cosida, libre de andamiajes, tras varios meses afligida nuevamente altiva. Y a Dios dan gracias las monjas mínimas por obrar tan gran milagro, y nosotros se las damos a ellas por su denodado empeño en remover Roma con Santiago, por sabernos despertar de este mal sueño, por suscitar el compromiso de propios y extraños, por sembrar con plegarias nuestra inquietud, por darnos la oportunidad de rezar en tonos verde, naranja, azul; por hacer posible que un par de láminas, de grabados de puro arte, hiciesen visible de la mano de Jesús la magia que esta torre esconde. Y a veces, cuando extasiado me quedo en el mirar de cualquiera de las imágenes, me da por pensar que el deterioro de la torre tal vez fue la excusa perfecta para sonsacar el compromiso de Jesús Conde para pintarlas, impregnándolas de vivencias, de sentimiento, de amor por su pueblo; el mismo amor que en clausura profesan unas religiosas que orgullosas deben estar por haber devuelto a Archidona una torre renacida.

Con mi especial gratitud a José Núñez de Castro Murillo a quien hice cómplice de esta aventura en pro de la restauración de una torre archidonesa.


Eduardo Aguilar Muñoz.


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